
Los gatos zombis
Quién me iba a decir que la noche de Halloween en San Triviani iba a desencadenar un holocausto a nivel mundial.
Mi pueblo no es que sea muy grande, que yo sepa hay unos cuatrocientos habitantes nada más así que todos nos conocemos al menos de vista. La noche que empezó todo coincidió con la fiesta de Halloween, como todos los años salía con mis amigos y con mi hermano pequeño de propina a pedir caramelos. Por mucho que le insistía a mi madre nunca me libraba de tener que llevar ese lastre a todas partes. Un enano mocoso y llorica que no paraba de meterse en todo. Pero aquello era lo de menos.
La noche se torció cuando llegamos a la casa de la señora May, una ancianita que no estaba muy cuerda y que vivía sola con sus gatos. Iba a tocar el timbre cuando un camión del ejército se precipitó sobre nosotros rugiendo como un dragón. Salimos en estampida y nos libramos por poco de acabar empotrados en la fachada y aplastados por el vehículo militar. La carga acabó desparramada por el jardín y algunos de los bidones que se habían roto rezumaron un jugo pastoso y luminiscente, que atrajo a los gatos de la señora May. Los animales acudieron en docenas y bebieron de aquella sustancia. Al poco empezaron a retorcerse como alimañas y enseguida supimos que el líquido era tóxico y había matado a los gatos. Lo inverosímil sucedió pocos minutos después. Los felinos resucitaron convertidos en zombis gatunos.
A la primera que atacaron fue a la señora May, su propia dueña. No tardaron en comérsela y dejar sólo los huesos ante el asombro de todos los vecinos que habían acudido tras el accidente. Cuando acabaron con ella seguían hambrientos así que buscaron nuevas presas. Se desató el pánico y la gente del pueblo corrió despavorida, defendiéndose de los gatos zombis como podían: con palos, con escopetas de caza, incluso con el arma que más temían, las escobas. Pero nada podía con ellos. Si les atizabas un mamporro saltaban y lo esquivaban, si les disparabas volvían a levantarse, si les pegabas con la escoba se hacían pis en las cerdas. ¡Era un infierno! No había manera posible de acabar con ellos.
Por fortuna el jugo tóxico sólo afectaba a los gatos porque no llegué a ver a ningún perro zombi o cualquier otro animal convertido. Lo que sí supe muy pronto es que la plaga se extendía con una rapidez alarmante entre la comunidad felina. Las docenas de gatos zombis enseguida se convirtieron en centenas y a los pocos días, cuando ya casi no quedaban vecinos en Triviani, se habían multiplicado en millares y extendido a los pueblos de alrededor. Las últimas noticias que escuché por radio fueron que habían llegado hasta la capital.
Hoy se han cortado las comunicaciones, la radio ya no emite boletines informativos y se ha perdido el contacto con el exterior. Los supervivientes no sabemos qué está pasando en el resto del mundo pero puedo imaginármelo. Posiblemente los que siguen vivos estén escondidos y aterrorizados como nosotros. De toda la población de San Triviani sólo quedamos cinco.
Hoy se han cortado las comunicaciones, la radio ya no emite boletines informativos y se ha perdido el contacto con el exterior. Los supervivientes no sabemos qué está pasando en el resto del mundo pero puedo imaginármelo. Posiblemente los que siguen vivos estén escondidos y aterrorizados como nosotros. De toda la población de San Triviani sólo quedamos cinco.
No sé dónde está mi hermano ni mis padres pero he decidido salir a buscarles. Sé que es una locura pero creo haber encontrado su punto débil. Si les cortas la cola mueren definitivamente.
Voy a salir, de todos modos alguien tiene que hacerlo, ¿no?
Voy a salir, de todos modos alguien tiene que hacerlo, ¿no?