Hoy toca día de publicación en Adictos a la Escritura, así que aquí os dejo con el relato de la segunda fase del ejercicio creación de un personaje. La ficha de la fase 1 la tenéis por aquí.
Espero que os guste el relato, al que he titulado El Trol.
En el Pato Mareado había el mismo rebaño de siempre. Los clientes, barbudos y malolientes, se arrumbaban sobre las mesas o en la barra después de toda una noche de bebercio. Sin embargo, había un joven mago que se había pasado las horas sentado en la misma postura, mirando con tristeza el vaso de zumo de pomelo que tenía debajo de la nariz. De vez en cuando se rascaba bajo la barba postiza y de nuevo se quedaba inmóvil.
Llegaron nuevos comensales. Esta vez se trataba de dos guardias de la ciudadela, con sus cotas de malla, armaduras y capas rojas bermellón. Se sentaron en una mesa y el joven, después de desentumecer las piernas, se dirigió a ellos:
―Disculpen… Anoche me robaron mi carromato y… me gustaría recuperarlo. ¿Podrían ayudarme?
Los dos guardias cruzaron miradas de desconcierto, después el más bajito sonrió mostrando al mago una piara de dientes negros y podridos.
―¿Sois un mago? ―le preguntó sin deshacer la desdentada sonrisa.
El joven infló el pecho, se enderezó ajustándose bien el sombrero puntiagudo y se acicaló la barba que llevaba atada a las orejas.
―Ejem… sí, soy mago ―confirmó con autosuficiencia y orgullo, hasta los ojos le brillaron especialmente bajo el flequillo―. Me llamo Merlín.
―¿Merlín? ¿El del Rey Arturo? ―preguntó el guardia más alto y con cara de vacuno.
―No, no ése Merlín. Sólo llevo el mismo nombre ―se apresuró a explicarles―. Yo no soy tan viejo… Ejem…
―Bueno, Merlín el mago ―continuó el de la sonrisa picarona―. Creo que hace un rato llegó al cuartel un carromato requisado que no llevaba los papeles en regla.
―¿De verdad? ¡Ese podría ser mi carromato! ―exclamó.
―¿Qué matrícula tiene? ―preguntó el más alto.
―¿Matrícula? No está matriculado…
―¡Entonces es ése! Si queréis podéis acompañarnos para identificarlo.
―Hoy debe ser mi día de suerte ―suspiró Merlín, que no estaba acostumbrado a tales golpes de fortuna.
La guardia le acompañó hasta palacio, y fue al entrar por una enorme puerta de madera cuando le agarraron de los brazos, cada uno a un lado. A Merlín le extraño, tal vez era costumbre en aquella ciudad sostener a los denunciantes, quizás para evitar desmayos indeseados. “Qué detallistas” ―pensó.
Tras la puerta había una habitación alargada y con un trono al final del pasillo. Allí había un señor sentado, muy bien vestido, y Merlín supuso que sería el gobernador. Los guardias lo escoltaron hasta los pies del trono y cuando lo soltaron, con un empujón, se estampó contra el suelo.
―Hemos encontrado un mago, mi lord ―anunció el bajito, que ya no sonreía.
―¡¿Por qué me habéis tirado al suelo?! ―repuso Merlín, todavía besando las losetas.
―Disculpe, es la costumbre ―dijo el que tenía cara de vaca.
Los soldados lo levantaron a pulso y le sacudieron la túnica con gentileza.
―Así que un mago… ―habló el gobernador.
―Sí, soy mago, me llamo Merlín.
―Merlín… ¿El del Rey Arturo?
―No, no… bueno qué más da… ―se rindió, dejando caer los hombros.
―Pues resulta, Merlín, que buscaba un mago desde hacía unos días. Tenemos un pequeño problemilla en la ciudad con un… trol…
―¡¿Un trol?! ¿No será ese mismo trol de más de dos metros y que se come todo lo que encuentra a su paso?
―¡Qué casualidad!, ¿le conocéis? ―preguntó el gobernador.
―Algo así… ―resopló Merlín, recordando la contrarreloj del otro día cuando se topó con él en plena calle.
―El caso es que la guardia no ha podido expulsarlo de la ciudad, y creo que tal vez la magia pudiera detenerle antes de que se coma el castillo entero.
―Tal vez la magia pueda… pero no la mía. Mi currículum no es que sea muy extenso, soy mago en prácticas ―aseguró Merlín.
―Bueno… no os lo estoy pidiendo, en realidad es una orden ―afirmó el gobernador con ojos fríos y demasiado convincentes.
―Esta bien… yo… me encargaré del trol ―decía Merlín al tiempo que retrocedía―. Me encargaré cuanto antes, de hecho… ¡me encargaré ahora mismo!
Echó a correr.
A la guardia no le dio lugar de detenerle. El mago estaba flacucho pero cómo corría el condenado. Corría como alma que lleva el diablo pero justo al salir al patio chocó contra una pata del tamaño de un elefante y tan dura como un adoquín. El trol se giró lentamente para divisar desde arriba con qué había tropezado y para comprobar si era comestible.
Merlín reculó por el suelo, espantado, y sacó a Libro de su zurrón. Le dio un par de golpes en la cubierta y enseguida se dibujó el rostro de un hombre soñoliento, que bostezó.
―¡Hey Merlín! ¡¿Qué tal lo llevas muchacho?! ―le saludó Libro con euforia, y seguidamente Merlín lo apuntó hacia el trol―. ¡Vaya! Qué trol tan grandote y hambriento. Yo que tú no me quedaría mucho tiempo por aquí ―le sugirió.
―Está en mitad del camino, no puedo pasar. Dime cómo puedo vencerlo o el gobernador me colgará.
―Eso es fácil, chico, sólo necesitas una espada mágica ―y le sonrió.
Una espada, una espada mágica… ¿Qué creía, que crecían como setas quizás? El trol iba a engullirle, fijo, pero Merlín no estaba dispuesto a acabar como entremés. Corrió hacia el grupo de guardias que se escondían tras la arquería y les pidió prestada una de sus espadas. Lo malo era que de mágica tenía lo mismo que un bizcocho recién hecho, pero tendría que valer.
―¡Qué espabilado! ―le animó Libro―. Ahora necesitas un hechizo ―y se abrió por una de sus páginas, muy diligente.
A Merlín le temblaban las rodillas, el flequillo le entorpecía la vista (porque su barba no crecía pero el flequillo por más que lo cortase siempre le tapaba los ojos) y además le castañeaban los dientes, lo que complicaba sobremanera pronunciar bien el hechizo.
Con la espada en la diestra y el libro en la zurda, templó la voz y recitó:
―¡Risorium mega hablorum magicus! ―al tiempo se lanzó contra el trol, espada en mano. Cerró los ojos y berreó su grito de guerra que consistía en un chillido agudo y, definitivamente, femenino.
Tras la estocada se quedó muy quieto, y hasta tuvo tiempo de auto examinarse. Todavía conservaba la cabeza sobre los hombros, aquella era la mejor noticia del día. Abrió los ojos lentamente, con los hombros encogidos, como si eso fuera a servirle de algo si el trol le golpeaba. Cuando abrió los ojos estaba en mitad del bosque, en el camino real. Miró a su alrededor con cierto despiste y luego vereda atrás. A lo lejos todavía se dibujaban con nitidez las torretas y almenas del castillo del gobernador, que tras un breve cimbreo empezaron a derrumbarse levantando nubes de polvo.
―¡Buen trabajo, chico! ―le animó Libro―. Al menos esta vez has conseguido que no te coman, y además ahora tienes una espada mágica ¡yujuuu!
―La espada no es mágica, no ha servido de mucho. Me he transportado porque sólo pensaba en cómo huir de allí…
―¡Merlín, Merlín! ¡¡Mi nuevo paladín!! ―canturreó la espada mientras vibraba en la mano del mago.
―Madre mía… ―sollozó ante el entusiasmo de su nueva fan.
―¡¡Te quiero Merlín!! ―silbó la espada.
El joven mago agachó la cabeza, y arrastrando los pies puso rumbo a la siguiente ciudad mientras la que dejaba atrás se convertía en escombros.
Espero que os guste el relato, al que he titulado El Trol.
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En el Pato Mareado había el mismo rebaño de siempre. Los clientes, barbudos y malolientes, se arrumbaban sobre las mesas o en la barra después de toda una noche de bebercio. Sin embargo, había un joven mago que se había pasado las horas sentado en la misma postura, mirando con tristeza el vaso de zumo de pomelo que tenía debajo de la nariz. De vez en cuando se rascaba bajo la barba postiza y de nuevo se quedaba inmóvil.
Llegaron nuevos comensales. Esta vez se trataba de dos guardias de la ciudadela, con sus cotas de malla, armaduras y capas rojas bermellón. Se sentaron en una mesa y el joven, después de desentumecer las piernas, se dirigió a ellos:
―Disculpen… Anoche me robaron mi carromato y… me gustaría recuperarlo. ¿Podrían ayudarme?
Los dos guardias cruzaron miradas de desconcierto, después el más bajito sonrió mostrando al mago una piara de dientes negros y podridos.
―¿Sois un mago? ―le preguntó sin deshacer la desdentada sonrisa.
El joven infló el pecho, se enderezó ajustándose bien el sombrero puntiagudo y se acicaló la barba que llevaba atada a las orejas.
―Ejem… sí, soy mago ―confirmó con autosuficiencia y orgullo, hasta los ojos le brillaron especialmente bajo el flequillo―. Me llamo Merlín.
―¿Merlín? ¿El del Rey Arturo? ―preguntó el guardia más alto y con cara de vacuno.
―No, no ése Merlín. Sólo llevo el mismo nombre ―se apresuró a explicarles―. Yo no soy tan viejo… Ejem…
―Bueno, Merlín el mago ―continuó el de la sonrisa picarona―. Creo que hace un rato llegó al cuartel un carromato requisado que no llevaba los papeles en regla.
―¿De verdad? ¡Ese podría ser mi carromato! ―exclamó.
―¿Qué matrícula tiene? ―preguntó el más alto.
―¿Matrícula? No está matriculado…
―¡Entonces es ése! Si queréis podéis acompañarnos para identificarlo.
―Hoy debe ser mi día de suerte ―suspiró Merlín, que no estaba acostumbrado a tales golpes de fortuna.
La guardia le acompañó hasta palacio, y fue al entrar por una enorme puerta de madera cuando le agarraron de los brazos, cada uno a un lado. A Merlín le extraño, tal vez era costumbre en aquella ciudad sostener a los denunciantes, quizás para evitar desmayos indeseados. “Qué detallistas” ―pensó.
Tras la puerta había una habitación alargada y con un trono al final del pasillo. Allí había un señor sentado, muy bien vestido, y Merlín supuso que sería el gobernador. Los guardias lo escoltaron hasta los pies del trono y cuando lo soltaron, con un empujón, se estampó contra el suelo.
―Hemos encontrado un mago, mi lord ―anunció el bajito, que ya no sonreía.
―¡¿Por qué me habéis tirado al suelo?! ―repuso Merlín, todavía besando las losetas.
―Disculpe, es la costumbre ―dijo el que tenía cara de vaca.
Los soldados lo levantaron a pulso y le sacudieron la túnica con gentileza.
―Así que un mago… ―habló el gobernador.
―Sí, soy mago, me llamo Merlín.
―Merlín… ¿El del Rey Arturo?
―No, no… bueno qué más da… ―se rindió, dejando caer los hombros.
―Pues resulta, Merlín, que buscaba un mago desde hacía unos días. Tenemos un pequeño problemilla en la ciudad con un… trol…
―¡¿Un trol?! ¿No será ese mismo trol de más de dos metros y que se come todo lo que encuentra a su paso?
―¡Qué casualidad!, ¿le conocéis? ―preguntó el gobernador.
―Algo así… ―resopló Merlín, recordando la contrarreloj del otro día cuando se topó con él en plena calle.
―El caso es que la guardia no ha podido expulsarlo de la ciudad, y creo que tal vez la magia pudiera detenerle antes de que se coma el castillo entero.
―Tal vez la magia pueda… pero no la mía. Mi currículum no es que sea muy extenso, soy mago en prácticas ―aseguró Merlín.
―Bueno… no os lo estoy pidiendo, en realidad es una orden ―afirmó el gobernador con ojos fríos y demasiado convincentes.
―Esta bien… yo… me encargaré del trol ―decía Merlín al tiempo que retrocedía―. Me encargaré cuanto antes, de hecho… ¡me encargaré ahora mismo!
Echó a correr.
A la guardia no le dio lugar de detenerle. El mago estaba flacucho pero cómo corría el condenado. Corría como alma que lleva el diablo pero justo al salir al patio chocó contra una pata del tamaño de un elefante y tan dura como un adoquín. El trol se giró lentamente para divisar desde arriba con qué había tropezado y para comprobar si era comestible.
Merlín reculó por el suelo, espantado, y sacó a Libro de su zurrón. Le dio un par de golpes en la cubierta y enseguida se dibujó el rostro de un hombre soñoliento, que bostezó.
―¡Hey Merlín! ¡¿Qué tal lo llevas muchacho?! ―le saludó Libro con euforia, y seguidamente Merlín lo apuntó hacia el trol―. ¡Vaya! Qué trol tan grandote y hambriento. Yo que tú no me quedaría mucho tiempo por aquí ―le sugirió.
―Está en mitad del camino, no puedo pasar. Dime cómo puedo vencerlo o el gobernador me colgará.
―Eso es fácil, chico, sólo necesitas una espada mágica ―y le sonrió.
Una espada, una espada mágica… ¿Qué creía, que crecían como setas quizás? El trol iba a engullirle, fijo, pero Merlín no estaba dispuesto a acabar como entremés. Corrió hacia el grupo de guardias que se escondían tras la arquería y les pidió prestada una de sus espadas. Lo malo era que de mágica tenía lo mismo que un bizcocho recién hecho, pero tendría que valer.
―¡Qué espabilado! ―le animó Libro―. Ahora necesitas un hechizo ―y se abrió por una de sus páginas, muy diligente.
A Merlín le temblaban las rodillas, el flequillo le entorpecía la vista (porque su barba no crecía pero el flequillo por más que lo cortase siempre le tapaba los ojos) y además le castañeaban los dientes, lo que complicaba sobremanera pronunciar bien el hechizo.
Con la espada en la diestra y el libro en la zurda, templó la voz y recitó:
―¡Risorium mega hablorum magicus! ―al tiempo se lanzó contra el trol, espada en mano. Cerró los ojos y berreó su grito de guerra que consistía en un chillido agudo y, definitivamente, femenino.
Tras la estocada se quedó muy quieto, y hasta tuvo tiempo de auto examinarse. Todavía conservaba la cabeza sobre los hombros, aquella era la mejor noticia del día. Abrió los ojos lentamente, con los hombros encogidos, como si eso fuera a servirle de algo si el trol le golpeaba. Cuando abrió los ojos estaba en mitad del bosque, en el camino real. Miró a su alrededor con cierto despiste y luego vereda atrás. A lo lejos todavía se dibujaban con nitidez las torretas y almenas del castillo del gobernador, que tras un breve cimbreo empezaron a derrumbarse levantando nubes de polvo.
―¡Buen trabajo, chico! ―le animó Libro―. Al menos esta vez has conseguido que no te coman, y además ahora tienes una espada mágica ¡yujuuu!
―La espada no es mágica, no ha servido de mucho. Me he transportado porque sólo pensaba en cómo huir de allí…
―¡Merlín, Merlín! ¡¡Mi nuevo paladín!! ―canturreó la espada mientras vibraba en la mano del mago.
―Madre mía… ―sollozó ante el entusiasmo de su nueva fan.
―¡¡Te quiero Merlín!! ―silbó la espada.
El joven mago agachó la cabeza, y arrastrando los pies puso rumbo a la siguiente ciudad mientras la que dejaba atrás se convertía en escombros.
Ey soy la primera en comentar. Me estaba imaginando al mago con esas pintas que le pusiste, lo del despiste y el gritito y has conseguido arrancarme unas risillas, que a estas horas de la mañana no vienen nada mal.
ResponderEliminarYo no tengo mi relato todavía, se me había olvidado. Voy a ver si soy capaz de redactarlo al mediodía y colgarlo a ultima hora.
Un besote
Arrrrr, Sandra me cogió la delantera. A mi también me arrancaste risas. Yo ya tengo el mío, lo publico ahora mismo, aunque como te comenté en Adictos, me costó mucho ceñirme a las tres páginas, y la verdad que no cuento mucho, pero... es lo que hay.
ResponderEliminarEstuvo estupendo el tuyo, me encantó.
Un beso
Sí, en la mezcla de fantasía y humor me recuerda a Terry Prachet. Aunque esté muy oído, nos dejas con ganas de más.Y la espada... hace muchos años, en una partida de rol, como broma pesada ideé una armadura femenina que estaba colada por su guerrero. Me la ha recordado tu espada.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy bueno Laura, en serio. Consigues, con su poca extensión, ambientar muy bien la historia, los toques de humor son de lo mejor y el personaje encaja perfectamente con lo que se espera de él según la ficha. Las dimensiones del relato son perfecta, pero la riqueza de la narración y del personaje piden más. Vas a tener que escribir una novela a este Merlín ^^
ResponderEliminarDe hecho estoy utilizando este ejercicio para hacer los estudios previos del personaje. Merlín será parte de una novela que tengo en mente.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que os guste ^^
Pues me imagino, ¡no!, estoy segura, de que será un proyecto maravilloso. Este pequeño adelanto así lo anuncia. Me encantó el humor que utilizas y como lo utilizas. Un saludo.
ResponderEliminarMe gustó muchísimo, y el nombre de "El pato mareado" me mató xDD últimamente los patos nos persiguen!
ResponderEliminar¿La cabecera es nueva? Está que se sale *__*
Un beso guapa!
-Da-
¡¡¡GENIAL!!!
ResponderEliminarJo, como me he reído. Merlín, no el del Rey Arturo, jaja, es lo más;D
El humor, esa pizca de sárcasmo... todo increíble;D
kisses mi querida LauraK;D
También me encantó el relato!
ResponderEliminarPobre Merlín, que manera de confundirlo con el de Arturo.
Está muy bien contado, y el personaje es muy simpático, lo que hace que los toques de humor lo vuelvan más humano y querible en vez de exponerlo a la burla.
Espero leer más sobre él!
Beso.
Muy bueno, Laura. No sabía a qué me estaba recordando hasta que Amaya mencionó a Terry Pratchet. Me encanta lo amables que son los guardias al cogerlo de los brazos por si se desmaya :p
ResponderEliminarTu nuevo proyecto apunta maneras para ser un éxito, ánimo!!
Qué bueno, Laura! Si haces un libro de Merlín, te auguro un gran éxito XD. Me ha matado la espada enamorada y el libro vacilón XDD
ResponderEliminarJajajaja, qué gracioso. Me recordó mucho a "El color de la magia", la verdad es que echo de menos que escribas un libro que tenga este toque de humor, y así haces el triplete con los que ya tienes de ciencia-ficción y terror.
ResponderEliminar¡Un besote!
Qué desastre de mago pero eso no le quita lo gracioso. Me ha gustado mucho. No me hubiese importado leerme un libro entero con las aventuras de Merlín.
ResponderEliminar"Disculpe, es la costumbre" como me dio risa eso. Pero, bueno, es que tiene varios momentos.
ResponderEliminarNo habrá salvado la ciudad, pero el hechizo funcionó. Me encanta Libro, es muy positivo n_n
Muy divertido, la verdad es que yo me compraría un libro con este personaje de protagonista!
ResponderEliminarjajaja muy divertido y que personaje tan gracioso!!
ResponderEliminarMe he reido mucho con tu relato, espero que sigas adelante con el libro, porque tiene que ser genial. Como ya han dicho, tu estilo me recuerda mucho a Terry Pratchet ^-^
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