7 mar 2010

¿Vida, muerte o muerte en vida?

Tal vez el título del post sea algo contundente, pero es que el tema del que quiero hablaros lo es. Recientemente he tenido la oportunidad de leer un discurso de mi idolatrado autor Terry Pratchett. Para todos aquellos que no lo sepan, a Terry le diagnosticaron Alzeimer temprano y por su enfermedad, el autor británico, se ha embarcado en el debate sobre la "muerte asistida".
El Discurso Dimbleby de este año ha corrido a cargo del autor, y le ha servido para hacer eco de su lucha por conseguir una ley que permita la "muerte asistida" en el Reino Unido.
Las palabras de Terry no os dejarán indiferentes, y además conoceréis su particular visión de la muerte, si es que no habéis leído ya alguna de sus novelas sobre el tema.

Os dejo con un fragmento del discurso, si queréis leerlo completo pinchad en el link de abajo.

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De niño, jugando en el suelo de la sala de estar de la casa de mi abuela, alcé la vista hacia la televisión y vi a la Muerte hablando con un caballero. No sabía mucho acerca de la muerte por aquel entonces. Sólo era algo que les pasaba a periquitos y hámsters. Pero era la Muerte, con una guadaña, y parecía simpático. Por supuesto, no lo sabía en ese momento, pero acababa de ver un trozo de El séptimo sello de Ingmar Bergman, en el que el caballero se deleita en un diálogo prolongado y en el famoso juego de ajedrez con el Segador siniestro, que no parecía tan siniestro.

La imagen ha permanecido conmigo desde entonces y la Muerte como personaje apareció desde mi primera novela del Mundodisco. En la saga se ha convertido en uno de los personajes más populares. Implacable, porque ése es su trabajo, pero con una especie de compasión medio velada por una especie de criaturas que son para él tan efímeras como las cachipollas, pero que sin embargo pasan su breve vida fijando leyes para el universo y contando las estrellas.

No tengo ningún recuerdo claro de la muerte de mis abuelos, lo único que sé es que mi abuelo paterno murió en la ambulancia de camino al hospital justo después de haber comido la cena que él mismo se había preparado, a los 96 años. Se había sentido muy raro, había pedido a un vecino que llamara al médico, se había subido con calma a la ambulancia y se apeó del mundo. Si eso no es morir tranquilo... Según mi padre, sólo se quejó a los camilleros de que no había tenido tiempo de terminarse el pudín. No estoy del todo seguro sobre cuánta verdad hay en todo esto. Mi padre tenía un gran sentido del humor que tuvo el acierto de legarme, probablemente para compensar las pérdidas de orina, la baja estatura y la calvicie masculina, que lamentablemente venían de regalo.

La muerte de mi padre se alargó más: tuvo un año de aviso. Fue cáncer de páncreas. La tecnología le mantuvo con vida, en casa y en un estado de comodidad y alegría razonables durante ese año, durante el que tuvimos las conversaciones que se tienen con un padre moribundo. Tal vez es cuando les conoces de verdad, cuando te das cuenta de que ahora avanzas hacia el sonido de los disparos y estás listo para escuchar los consejos y recuerdos que una vida demasiado entretenida no te permitió. Me soltó todas las anécdotas que ya le conocía, sobre su estancia en la India durante la guerra, y me sorprendió con otras que nunca había oído. Un día, se levantó de repente y me dijo: "Puedo sentir el sol de la India en la cara", y su rostro se iluminó casi por arte de magia, con más brillo y felicidad de lo que le había visto durante todo ese año, y si hubiera habido justicia o sensibilidad narrativa en el universo, habría muerto allí mismo, protegiéndose los ojos del sol de Karachi.

No fue así.

El día que le diagnosticaron el cáncer me dijo: "Si me llegas a ver en una cama de hospital, lleno de tubos y cables, y del todo inútil, diles que apaguen la máquina". De hecho, pasó poco menos de quince días en el hospicio antes de morir, como una especie de daño colateral en la guerra entre el cáncer y la morfina. Y en ese momento dejó de ser él y empezó a convertirse en un cadáver, un cadáver que apenas se movía de vez en cuando.

Al volver a casa después de la muerte de mi padre, le hice una raspada al Jaguar en un muro de piedra de Hay-on-Wye. Para ser justos, es casi imposible no raspar un Jaguar en los muros de Hay-on-Wye, aunque no tengas los ojos empañados por las lágrimas. Lo que no sabía en ese momento, pero que ahora apenas dudo, es que mi propia enfermedad estaba haciendo acto de presencia con gran sutileza.


· Para seguir leyendo el artículo visita The Ankh-Morpok Times


Éste es un extracto editado del discurso Richard Dimbleby de Terry Pratchett, "Estrechar la mano a la Muerte", retransmitido por la BBC1 el 1 de febrero de 2010.


3 comentarios:

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  2. "Es mi vida, mi muerte, mi decisión". Creo que esa frase lo resume todo y no podría estar más de acuerdo con lo que encierra.

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  3. Si nosotros decidimos sobre nuestra vida ¿por qué no podemos tener la opción a elegir cómo y cuándo morir?

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