17 mar 2025

Los libros crecen como setas o la sobrexplotación editorial


«Qué de gente escribe ahora, ¿no?»
Esas fueron las palabras de un antiguo compañero de letras que vino a visitarme durante el último Libro Fórum. Y lleva toda la razón, al menos es la impresión que da el panorama editorial hoy día.

En su momento, la aparición de la imprenta digital fue maravillosa porque posibilitó la impresión bajo demanda. Se abarataron los costes y nos despedimos de las antiguas rotativas, a las que había que alimentar con mucho papel para que fuese rentable dar al botón de encendido. También se acabaron las tiradas largas y los lotes de libros inasequibles, tanto por costes como por almacenamiento o previsiones de ventas. La posibilidad de imprimir pocos libros por tirada dio un empujón al mercado de los autores independientes y las pequeñas editoriales, lo que nos condujo a la democratización editorial. ¡Genial!, a pesar de todo, porque ya se sabe que en la variedad está el gusto y, si de algo disfrutamos los lectores en la actualidad es de un sinfín de alternativas. Pero todo tiene un precio, o trampa, como se quiera ver.

No es ningún secreto, ni tampoco hay que ser muy avispado, para darse cuenta de la sobreproducción editorial que experimenta el sector. Cada mes, qué digo cada mes, cada semana se editan multitud de libros que saturan un mercado que a poco que alimentemos más acabará reventando. Si bien el catálogo puede parecer maravilloso por su variedad, resulta inabarcable para los lectores, llegando a abrumar con tantas novedades y ediciones especiales de cantos pintados a precio de oro. Así y todo, tanto unos como otros, publican a un ritmo exagerado, demencial e inasumible para muchos. Sumemos la llegada de la IA, que si bien facilita el trabajo a autores y editoriales, solo agudiza la situación e incrementa en cifras astronómicas tal producción, con autores capaces de publicar un libro nuevo cada mes, e incluso cada semana.

¡Una locura!

Sin embargo, soy optimista, pues nada dura para siempre y es un hecho que el tiempo (Oh, maravilloso cribador) hará de las suyas y contendrá ese cauce que ahora mismo parece desbordado. Ya lo he presenciado, no invento nada, de los compañeros y compañeras de profesión que conocí hace quince años, tan solo un 10% siguen en activo. He visto desaparecer a muchos por el camino, buenos escritores que incluso publicaron con sellos importantes y ganaron algún que otro premio. Lo mismo ocurre con las editoriales, las más humildes aguantan unos pocos años, pero acaban cerrando (cuestión que me entristece porque es síntoma de que dedicarse a las letras es insostenible para los que somos pequeños). Por eso pienso que este auge tan repentino de nuevos autores se regulará por sí mismo, ya sea por aburrimiento, por desencanto o por cosas de la vida, sin más. Además, las tendencias varían más que una coplera de vestuario y quién sabe qué aficiones tendrán o a qué se dedicarán las generaciones venideras dentro de diez o veinte años.

Del mismo modo, la industria editorial cambiará, espero que a mejor, quizás con un modelo nuevo o varios. Sea como sea, es evidente que necesitamos recapacitar y buscar una mayor estabilidad y regularización porque, ya se sabe que menos es más (a no ser que hablemos de croquetas, ahí la cosa cambia). De seguir por este camino, el pez grande devorará al pequeño y la actual democracia editorial que nos trajo la evolución de la imprenta a demanda se convertirá en monopolio de los grandes sellos y, por supuesto, del gigante de Amazon. Eso por no hablar de la tendencia a las ediciones de baja calidad, no solo en materia prima, sino en cuestiones tan imprescindibles como la corrección profesional o la calidad literaria, de las que ya se oyen, o leen, muchas quejas en redes sociales o encuentros literarios.

En resumen, todo funciona mejor cuando hay equilibro, sin embargo, la impresión que tengo es la de estar inmersa en un maremoto de autores, editoriales y profesionales del sector que en lugar de remar hacia un destino común se dispersan en un océano de libros, en el que muchos se acabarán ahogando. Ahora solo queda preguntar: ¿cómo crees que será el futuro editorial?

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