Hacía mucho que no escribía relatos cortos. Este mes, por suerte, he conseguido llegar a tiempo para participar en el ejercicio mensual de Adictos a la Escritura titulado: ¿Y si fuera...? La premisa era ambientar el relato en una época de la historia universal, o utilizar un personaje histórico como protagonista. Me he dado cuenta de que, aparte de estar oxidada en cuanto a relatos cortos se refiere, soy incapaz de escribir nada que no tenga al menos un puntito fantasioso. Quizás por eso elegí a Michel de Nôtre-Dame (más conocido como Nostradamus) de protagonista. Lo primero que me planteé cuando lo elegí fue de dónde vendrían esas visiones que dieron lugar a sus archiconocidas profecías. Tras mucho investigar sobre su vida y obra, encontré el momento adecuado donde ubicar mi idea. El resultado os lo dejo a continuación, no es que esté muy contenta con él pero al menos ha estado bien para calentar motores (que es lo que se pretende con los ejercicios de Adictos).
Las profecías de Nostradamus
Una hoja en blanco espera sobre mi escritorio, aguardando con impaciencia a que me decida. En realidad tomé la decisión hace años, es solo que el miedo aún reprime mi pluma. Tengo claro mi cometido pero la sombra de la Inquisición me persigue porque sé lo complicado que es huir de esos demonios con piel de hombre. Sin embargo, la gente tiene derecho a saber lo que el destino nos tiene deparado.
Fue durante uno de mis viajes, en Grecia, cuando sucedió. Corría el año 1540 y, a pesar de que hacía poco había perdido a mi familia por la peste negra, quise prestar mis servicios como médico a un amigo que solicitó mi ayuda. Había recogido a un enfermo en su casa y no sabía qué hacer con él. Poco pude averiguar sobre el paciente pues mi amigo no quería dar detalles. Pensé que quizás fuera un familiar lejano o que lo ataba algún tipo de deuda a ese hombre. La cuestión es que me había llamado porque temía que se tratase de un caso de peste, quizás por la fiebre tan alta, pero luego de examinarlo descarté que se hubiera contagiado. Deliraba inconsciente y, entre convulsiones, tosía esputos sanguinolentos; lo que me hizo descartar la peste fueron los moratones y las costillas rotas. Ese hombre había sufrido un accidente y la fiebre se debía a una infección interna.
Sobre este asunto, mi amigo solo me contó que lo había encontrado esa misma noche, sin aclarar dónde o en qué condiciones. Estaba muy nervioso y por alguna razón no quería contarme los hechos, de modo que no insistí. Sea como fuere mi paciente estaba sentenciado. Poco podía hacer por él salvo aliviarle el dolor para que sus últimas horas fueran más llevaderas.
Eso mismo fue lo que hice, cuando conseguí que mi amigo saliera de la habitación y nos dejase solos.
Pese a la piel acerada y las facciones demacradas, el rostro que dormitaba sobre la almohada era el de un muchacho. Quizás tuviera quince o dieciséis años, aunque tal vez me equivocaba porque su pelo era tan blanco como una nevada. Las canas, empapadas de sudor, tenían un brillo extraño que recordaba al reflejo de la plata, más que al cabello amarillento de los ancianos. En esas condiciones poco podía deducir sobre mi paciente, incluso habían quemado su ropa por miedo al contagio. Mas mi amigo dejó olvidados un par de zapatos, tirados en un rincón como dos curiosidades extraviadas. Bajo el barro se distinguía una forma blanca, cruzada por tres franjas azules que descansaban en la suela más gruesa que había visto jamás. Me acerqué para verlos de cerca y al coger uno sentí el tacto suave del cuero blanco, mientras que la textura rugosa de la suela resultó una novedad para mis dedos. Bajo los cordones había una lengüeta con tres pétalos dibujados y una inscripción que apenas podía distinguir bajo la mugre. Raspé la tierra seca y unas letras azules, perfectamente perfiladas, formaron la palabra “adidas”. Para mí carecía de significado: tal vez fuera el nombre del muchacho, o el pueblo de donde procedía.
Enseguida dejé de lado las conjeturas, mi paciente había despertado de forma súbita. Corrí hasta la cama y desde abajo un par de ojos azules me miraron aterrados. Podría haber sido la proximidad de la muerte por lo que los ojos del muchacho transmitían esa desesperación tan estremecedora, pero enseguida supe que no era el miedo a morir lo que atormentaba a mi paciente. El joven intentó balbucear. Quizás quería decirme algo importante pero estaba tan débil que apenas tenía fuerzas para respirar. Alargó pues una mano temblorosa y suplicante.
Podría jurar que la habitación cambió de repente: las sombras se tragaron los muebles, las paredes, el suelo, lo único que quedó a la vista fue la mano blanquecina extendida hacia mí. Tal vez porque necesitaba aferrarme a algo, la toqué.
Entonces fue cuando sucedió.
La versión oficial fue que sufrí un desmayo. La verdad, sin embargo, solo la conozco yo y el alma de aquel muchacho. Adidas murió antes de que amaneciese y todavía, después de diez años, no he averiguado quién era, de dónde venía o de cuándo. Quizás nunca lo haga. Fuera quien fuese me dejó un gran legado pues cuando toqué su mano me reveló el destino de los hombres; desde los hechos más nimios hasta los acontecimientos más relevantes: plagas, guerras, desastres naturales y desgracias que en años venideros azotarían la Tierra. Desde entonces conozco nuestro sino hasta que el hombre agote su tiempo, hasta el momento del fin del mundo.
He de contar lo que sé, por el joven desconocido que confío en mí y por la humanidad. Así, quizás, el hombre sea capaz de cambiar su suerte. Lo haré a través de mis letras. Ese será mi legado, el legado de Nostradamus, que comienza con una hoja en blanco.
Buena historia, buen salto al infinito con lo de adidas, no me lo esperaba ni por lo más remoto. La descripción de los personajes es buena, su forma de ser y me dejas sin saber lo del color del pelo. No lo he captado. De todas formas me ha gustado. Te mando un abrazo.
ResponderEliminarLlevas razón con lo del pelo. Me monté una película en la cabeza y no lo justifiqué en el relato. ¡Lo tengo que revisar!
EliminarUn relato que atrapa desde el principio y muy bien redactado y narrado!!!
ResponderEliminarBesos!!
¡Gracias!
EliminarUna teoría muy interesante acerca de la fuente de los conocimientos de Nostradamus. Me ha parecido muy original y también me ha gustado la forma de enfocar el relato: en el momento en el que va a escribir, como se dice en el texto, su legado.
ResponderEliminarUn saludo! :)
Supongoq ue la gracia de Nostradamus es qeu precisamente le dio por escribir sus profecías. La pluma y el papel son parte importante del personaje ;)
EliminarMe ha gustado mucho. Logras mantener la atención hasta el final. Y una original explicación sobre las predicciones de Nostradamus.
ResponderEliminarBesotes!!!
El rigor histórico es apabullante jajaja. No puedo evitar ser fantasiosa :P
EliminarMe encanta! Sobre todo el detalle de Adidas :-)
ResponderEliminarEs que cuando lo lees dices uoooh! Adidas!
Si me hago famosa les prediré a los de Adidas un pequeño aguinaldo por hacerles publicidad XD
EliminarQue menos ;P
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