La ventisca arreciaba con fuerza, pero al intrépido aventurero parecía no importarle. El bosque de coníferas estaba enterrado bajo el peso de la nieve, que se acumulaba con cada ráfaga de viento, y a pesar de que el ocaso amenazaba con traer consigo a la noche, el hombre seguía delante con su tortuosa caminata. Era consciente de que no sobreviviría una noche más a la intemperie, sobre todo después de que una racha enfurecida le hubiese arrancado con feroz violencia la mochila donde llevaba la tienda y los víveres. El viento le había dejado con lo puesto, y creía posible que se hubiese confabulado con el gordo para dificultarle el camino y así dilapidar su ánimo.
¡Pero no iba a desfallecer!, gritó al tiempo que alzaba el puño al cielo. Como llevaba la cara cubierta por completo y la boca tapada con una bufanda, el reclamo quedó en un runrún apocado que sólo él entendió. Su determinación era tal que, a pesar del esfuerzo que suponía atravesar la tormenta con la nieve a la altura de las rodillas, estaba decidido a llegar hasta el final y ponerle las cosas claras al gordo de cara rubicunda.
Sabía que la cabaña estaba cerca, incluso podía percibir la magia que dominaba el bosque. La sensación era parecida a un cosquilleo que le recorría la espalda hasta la nuca.
De repente divisó una luz en el horizonte. Apretó el paso, ya se sentía ansioso por calentarse los pies, pero sobre todo por cantarle las cuarenta. La cabaña estaba más lejos de lo que parecía a simple vista y por eso tardó cerca de media hora en alcanzarla. Llamó a la puerta y al poco un elfo que no medía más de metro y medio le abrió. Iba vestido de verde, con un sombrerito picudo, tenía el pelo pelirrojo y unas orejas grandes y puntiagudas. Miró ceñudo al hombre enguatado en el abrigo níveo.
―¿Mmm mmm? ―dijo el hombre.
―¿Cómo dice? ―le preguntó el elfo, que como todos nosotros no se había enterado de nada.
El hombre apartó la bufanda y, una vez liberó los labios delgados como dos lombrices, pronunció:
―¿Está Santa?
―¿Tiene cita? ―preguntó el elfo.
Con aquello no había contado. No sabía que era necesario concertar una cita previa para ver al gordo. Lo meditó un segundo y después dijo:
―Sí, por supuesto.
―Está bien, puede pasar ―terció el elfo, que no estaba muy al tanto de la agenda del patrón.
Cuando pasó dentro sintió un alivio tremendo, y hasta empezó a entrar en calor, aunque le iba a costar quitarse la escarcha de encima. La cabaña era mucho más grande de lo que parecía desde fuera, sólo el recibidor tenía más metros de lo que aparentaba la fachada. Las diferentes estancias de la casa estaban marcadas con carteles para que nadie se perdiese por los pasillos: la cocina, el taller, las cuadras, la sala de juegos… Pero adonde le condujo el elfo fue al despacho de Santa Claus.
Y allí estaba el gordo, sentado a su escritorio, revisando montones y montones de cartas. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, quedaban tan sólo un par de días, y se veía más que atareado.
―Ejem ―tosió el hombre una vez que el elfo se marchó. Se había quitado las gafas, la bufanda y el gorro, dejando al descubierto un rostro de lo más corriente. Era el típico chico que pasaría desapercibido en cualquier fiesta. Pero en aquel momento había algo especial en sus ojos, un destello de osadía.
Santa levantó la vista sobre sus gafas para mirarle y después sus enormes cejas blancas se torcieron en un gesto interrogante.
―Hola, Santa ―empezó el muchacho―. En realidad no tengo cita, no sabía que tenía que pedirla antes de venir a verte, deberías especificarlo en tu página web ―le sugirió.
Santa Claus no dijo nada, simplemente le miró embobado.
―Nunca te he pedido nada aparte del mp3, el notebook, el nuevo iPad, el portátil, la play 3… ―y siguió enumerando cosas durante más de dos minutos―. ¡Ah! Y el Scalextric edición coleccionista ―finalizó―. Sé que en estas fechas tienes mucho trabajo y que son muchas cartas las que recibes. Es lógico que suceda algún que otro error y se pierda alguna... Ya he comprobado lo eficiente que puede ser un elfo ―dijo con ironía―. Lo que no llego a entender es por qué todos los años la única carta que se pierde es la mía.
Santa fue a abrir la boca pero el chico le interrumpió antes de que contestase.
―¡Todos los años sin falta te envío mi carta! Así que no comprendo por qué todas las navidades lo único que encuentro bajo mi árbol son calcetines. ¡¡Estoy harto de tanto calcetín!! Los tengo de todos los estilos: rojos, verdes, amarillos, rosas, de lunares, de rayas, de cuadritos… Hasta un año me encontré con unos calcetines de Hello Kittie. ¡A mí no me gusta Hello Kittie, a mí me gustan los Gormiti!
Santa Claus se echó hacia atrás en su sillón de piel marrón pues parecía que el chico fuese a explotar de un momento a otro.
―Por eso este año he decidido traer yo mismo mi carta. ―Fue a dejarla sobre la mesa pero al ver tal montaña de correo decidió que mejor era entregarla en mano.
Santa la cogió, asintió y la guardó en el bolsillo de su bata roja de andar por casa. Le había pillado con el pijama puesto. El chico suspiró, mucho más tranquilo, pero con los labios amoratados todavía por el frío.
―¿Quieres un chocolate caliente? ―le ofreció Santa Claus.
―¡Oh, sí! Me encantaría. ―Le dedicó una enorme sonrisa cargada de ilusión. Ya estaba todo el trabajo hecho.
¡Pero no iba a desfallecer!, gritó al tiempo que alzaba el puño al cielo. Como llevaba la cara cubierta por completo y la boca tapada con una bufanda, el reclamo quedó en un runrún apocado que sólo él entendió. Su determinación era tal que, a pesar del esfuerzo que suponía atravesar la tormenta con la nieve a la altura de las rodillas, estaba decidido a llegar hasta el final y ponerle las cosas claras al gordo de cara rubicunda.
Sabía que la cabaña estaba cerca, incluso podía percibir la magia que dominaba el bosque. La sensación era parecida a un cosquilleo que le recorría la espalda hasta la nuca.
De repente divisó una luz en el horizonte. Apretó el paso, ya se sentía ansioso por calentarse los pies, pero sobre todo por cantarle las cuarenta. La cabaña estaba más lejos de lo que parecía a simple vista y por eso tardó cerca de media hora en alcanzarla. Llamó a la puerta y al poco un elfo que no medía más de metro y medio le abrió. Iba vestido de verde, con un sombrerito picudo, tenía el pelo pelirrojo y unas orejas grandes y puntiagudas. Miró ceñudo al hombre enguatado en el abrigo níveo.
―¿Mmm mmm? ―dijo el hombre.
―¿Cómo dice? ―le preguntó el elfo, que como todos nosotros no se había enterado de nada.
El hombre apartó la bufanda y, una vez liberó los labios delgados como dos lombrices, pronunció:
―¿Está Santa?
―¿Tiene cita? ―preguntó el elfo.
Con aquello no había contado. No sabía que era necesario concertar una cita previa para ver al gordo. Lo meditó un segundo y después dijo:
―Sí, por supuesto.
―Está bien, puede pasar ―terció el elfo, que no estaba muy al tanto de la agenda del patrón.
Cuando pasó dentro sintió un alivio tremendo, y hasta empezó a entrar en calor, aunque le iba a costar quitarse la escarcha de encima. La cabaña era mucho más grande de lo que parecía desde fuera, sólo el recibidor tenía más metros de lo que aparentaba la fachada. Las diferentes estancias de la casa estaban marcadas con carteles para que nadie se perdiese por los pasillos: la cocina, el taller, las cuadras, la sala de juegos… Pero adonde le condujo el elfo fue al despacho de Santa Claus.
Y allí estaba el gordo, sentado a su escritorio, revisando montones y montones de cartas. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, quedaban tan sólo un par de días, y se veía más que atareado.
―Ejem ―tosió el hombre una vez que el elfo se marchó. Se había quitado las gafas, la bufanda y el gorro, dejando al descubierto un rostro de lo más corriente. Era el típico chico que pasaría desapercibido en cualquier fiesta. Pero en aquel momento había algo especial en sus ojos, un destello de osadía.
Santa levantó la vista sobre sus gafas para mirarle y después sus enormes cejas blancas se torcieron en un gesto interrogante.
―Hola, Santa ―empezó el muchacho―. En realidad no tengo cita, no sabía que tenía que pedirla antes de venir a verte, deberías especificarlo en tu página web ―le sugirió.
Santa Claus no dijo nada, simplemente le miró embobado.
―Nunca te he pedido nada aparte del mp3, el notebook, el nuevo iPad, el portátil, la play 3… ―y siguió enumerando cosas durante más de dos minutos―. ¡Ah! Y el Scalextric edición coleccionista ―finalizó―. Sé que en estas fechas tienes mucho trabajo y que son muchas cartas las que recibes. Es lógico que suceda algún que otro error y se pierda alguna... Ya he comprobado lo eficiente que puede ser un elfo ―dijo con ironía―. Lo que no llego a entender es por qué todos los años la única carta que se pierde es la mía.
Santa fue a abrir la boca pero el chico le interrumpió antes de que contestase.
―¡Todos los años sin falta te envío mi carta! Así que no comprendo por qué todas las navidades lo único que encuentro bajo mi árbol son calcetines. ¡¡Estoy harto de tanto calcetín!! Los tengo de todos los estilos: rojos, verdes, amarillos, rosas, de lunares, de rayas, de cuadritos… Hasta un año me encontré con unos calcetines de Hello Kittie. ¡A mí no me gusta Hello Kittie, a mí me gustan los Gormiti!
Santa Claus se echó hacia atrás en su sillón de piel marrón pues parecía que el chico fuese a explotar de un momento a otro.
―Por eso este año he decidido traer yo mismo mi carta. ―Fue a dejarla sobre la mesa pero al ver tal montaña de correo decidió que mejor era entregarla en mano.
Santa la cogió, asintió y la guardó en el bolsillo de su bata roja de andar por casa. Le había pillado con el pijama puesto. El chico suspiró, mucho más tranquilo, pero con los labios amoratados todavía por el frío.
―¿Quieres un chocolate caliente? ―le ofreció Santa Claus.
―¡Oh, sí! Me encantaría. ―Le dedicó una enorme sonrisa cargada de ilusión. Ya estaba todo el trabajo hecho.
Me has arrancado la sonrisa con tu relato. ¡Pedía poco el muchachito...!!
ResponderEliminar¡¡Felices Fiestas!!!
Besotes!!!
Pues precisamente me faltan a mi calcetines de esos que ando escasito...jajaja
ResponderEliminar¡Felices Fiestas!
Laura, muy bien escrito como todos tus relatos, tienes una facilidad para que el lector se meta en la trama que resulta sorprendente que no te codees en plano de igualdad con autores famosetes ya consagrados de nuestra escena literaria. Enhorabuena y Feliz Navidad.
ResponderEliminarMe ha encantado!!!
ResponderEliminarInteresante lo de los calcetines xD
Besotes
excelente :)
ResponderEliminarfeliz navidad :P
Oh que bueno... cuando se quiere algo, hay que ir por ello hasta donde sea necesario... buen relato y estupendo mensaje... felicidades.
ResponderEliminarjajaja muy bueno, me encantó. Que osadia el muchachin que no pedía nada ehhh!!!
ResponderEliminarMUY FELICES FIESTAS LAURA!!!
Muy divertido y especial, jeje. Aunque me he quedado con la intriga de porqué al pobre chico le traen siempre calcetines, que suerte correrá este año que se la ha dado en mano? Está muy bien. Besikos y feliz navidad
ResponderEliminarVale,me gustó mucho el relato pero chica verás cuándo te coja... ¿Por qué le traen calcetines? "expresiónate". Felices fiestas wapetona. kisses
ResponderEliminarUn cuento estupendo, Laura, mantiene muy bien una intriga muy divertida. ¿Gordo?, ¿qué gordo? Ah, Santa Claus. Tiene un estilo desenfado que motiva para leer. Por cierto, ahora sí está completo mi relato.
ResponderEliminarpues no quería nada el niño... seguro que le ponía los calcetines adrede, por pedigüeño
ResponderEliminarY en la mañana de Navidad, ¿qué encontró bajo su árbol? Espero que al menos no fuesen de Hello Kitie, pobre niño... A mí de pequeña me gustaban los Power rangers y era frustrante encontrarme acesorios de Nenuco bajo el árbol :P
ResponderEliminarBesotes ^^
p.d_ Gracias por el relato ;)
un verdadero placer leer tus escritos, soy nueva en Adictos y es la primera vez que paso a leerte. La historia de por si me gustó muchísimo, pero no hay conq darle a tus descripciones. Muy bueno
ResponderEliminarun saludo
Laura: Pues que contraste entre tu relato y el de Déborah.
ResponderEliminarPero reafirmo mi idea de que Santa, es un buen pretexto para exprimir a los ilusos. La publicidad es más agresiva en estos días.
FELICIDADES PARA TI Y LOS TUYOS: Doña Ku
Jajaja, yo conozco a uno que también ha de estar harto de calcetines xD
ResponderEliminar¡Hola, hola! Disculpa que no había podido pasarme, pero finalmente estoy aquí.
ResponderEliminarGracias por compartir tu relato, concuerdo con Déborah. ¡Estos niños! Jajaja, creo que no podría trabajar para ellos, son los más exigentes.
¡Hasta la próxima!