Os dejo con mi relato para el grupo Adictos a la Escritura. Este mes, como ha sido un mes muy tontorrón, se había propuesto hacer un especial medio moña de San Valentín. Espero que os guste mi relato, al que he titulado: Cupida.
Estaba disgustada, bueno, más que disgustada apurada, por eso corría. Se había equivocado, un error lo tenía cualquiera, además era su primer San Valentín y la habían mandado al mundo sin más. Unos cuantos años de entrenamiento con el arco y se suponía que debería ser suficiente, o eso decían sus profesores. Pero cuando te enfrentabas a la realidad era muy diferente porque en la Tierra había demasiada gente como para adivinar a quién debía dirigir sus flechas.
—¡¡No huyas, mi dulce amor!!
Giró la vista atrás y sus bucles dorados, que parecían muelles, se mecieron con el gesto. Aquel chico le pisaba los talones, y además le resultaba complicado correr por el bosque en sandalias. La tierrecilla se le metía entre los dedos, cosa que odiaba, y había muchas ramitas y rocas con las que se iba tropezando.
«Bueno, tal vez si le vuelvo a disparar le haga el efecto contrario». Aquello le pareció una buena idea así que paró en seco, sacó una flecha con puntita de corazón de su carcaj y la preparó en el arco. Lo tensó, y cuando vio aparecer al chico corriendo como un condenado hacia ella, disparó.
La flecha le dio de lleno en el pecho y el chico cayó de espaldas al suelo.
—Ay… —se quejó.
Al tiempo que se levantaba con esfuerzo y cara de despiste, la flecha que le sobresalía del esternón se desvanecía como si fuese purpurina dorada, y ella, mientras tanto, se adecentaba un poco la melena rubia, que la tenía alborotada de tanto correr, y se colocaba bien la falda de su mini vestido al estilo romano. Vio que el chico se ponía de rodillas con desconcierto, hasta que por fin se fijó en ella y abrió tanto los ojos que la chica pensó que iban a salírseles.
—¡Dios mío! ¡¡Cuánta hermosura!! —exclamó él—. Te quiero, pastelito de azúcar. Eres la mujer más hermosa de la faz de la tierra, ¡qué digo de la tierra!, de todo el Universo entero…
Cupida se estampó la mano en la frente. Ahora el chico no sólo estaba enamorado de ella sino que además tenía sobredosis. Con la rodilla clavada en el suelo, él extendió los brazos en cruz y con voz de tenor afónico empezó a cantarle una serenata:
—Eseee lunaaaar que tieeneeees cieeelito lindooo juuunto a la bocaaaa…
«De todos los puestos que había tenían que darme el de Cupido», se lamentaba ella mientras el otro se desgañitaba. «Ya podían haberme dado un puesto de diosa de la guerra, de esas hacen falta muchas últimamente…»
—Cupida, ¡¿qué sucede ahí abajo?! —La voz provenía del cielo, y hacia allí miró Cupida con cara de circunstancias.
—Disculpe señor. He tenido un pequeño percance con una de mis flechas —decía gritando hacia las nubes, por si acaso no llegaban a escucharla desde tan lejos—. Se me disparó sola en el momento equivocado y ahora este chico se ha enamorado de mí.
El enamorado, que parecía no prestar atención a la conversación celestial, había terminado con “cielito lindo” y había comenzado con “clavelito”.
—Este chico está destinado a una tal Fabiana Fernández —se quejó la voz de la divinidad—. Sólo tenías que consultar tu agenda.
—Lo sé, fue un accidente… —Cupida torció la cabeza a un lado como un cachorrito pidiendo comida.
Ante ella se materializó una nueva flecha, distinta a las que solía llevar encima. La punta también tenía forma de corazón pero éste era negro como el carbón.
—Dispárale el antídoto, y esta vez no falles… —la conexión se cortó con un click.
Cupida cogió la flecha, tensó el arco y volvió a darle de lleno en el pecho al aspirante a tuno. Cayó otra vez de espaldas pero cuando se recuperó miró a su alrededor sin alcanzar a verla, como debía ser.
—¿Pero qué demonios hago aquí? —se preguntó al tiempo que daba media vuelta para volver a la civilización.
—¡Uff! ¡Menos mal! —exclamó Cupida, aliviada de haber resuelto el entuerto.
El chico paró un momento para volverse, y después de mirar al camino vacío se encogió de hombros y desapareció por el sendero con algo de prisa. Llegaba tarde a su cita con Fabiana.
—¡¡No huyas, mi dulce amor!!
Giró la vista atrás y sus bucles dorados, que parecían muelles, se mecieron con el gesto. Aquel chico le pisaba los talones, y además le resultaba complicado correr por el bosque en sandalias. La tierrecilla se le metía entre los dedos, cosa que odiaba, y había muchas ramitas y rocas con las que se iba tropezando.
«Bueno, tal vez si le vuelvo a disparar le haga el efecto contrario». Aquello le pareció una buena idea así que paró en seco, sacó una flecha con puntita de corazón de su carcaj y la preparó en el arco. Lo tensó, y cuando vio aparecer al chico corriendo como un condenado hacia ella, disparó.
La flecha le dio de lleno en el pecho y el chico cayó de espaldas al suelo.
—Ay… —se quejó.
Al tiempo que se levantaba con esfuerzo y cara de despiste, la flecha que le sobresalía del esternón se desvanecía como si fuese purpurina dorada, y ella, mientras tanto, se adecentaba un poco la melena rubia, que la tenía alborotada de tanto correr, y se colocaba bien la falda de su mini vestido al estilo romano. Vio que el chico se ponía de rodillas con desconcierto, hasta que por fin se fijó en ella y abrió tanto los ojos que la chica pensó que iban a salírseles.
—¡Dios mío! ¡¡Cuánta hermosura!! —exclamó él—. Te quiero, pastelito de azúcar. Eres la mujer más hermosa de la faz de la tierra, ¡qué digo de la tierra!, de todo el Universo entero…
Cupida se estampó la mano en la frente. Ahora el chico no sólo estaba enamorado de ella sino que además tenía sobredosis. Con la rodilla clavada en el suelo, él extendió los brazos en cruz y con voz de tenor afónico empezó a cantarle una serenata:
—Eseee lunaaaar que tieeneeees cieeelito lindooo juuunto a la bocaaaa…
«De todos los puestos que había tenían que darme el de Cupido», se lamentaba ella mientras el otro se desgañitaba. «Ya podían haberme dado un puesto de diosa de la guerra, de esas hacen falta muchas últimamente…»
—Cupida, ¡¿qué sucede ahí abajo?! —La voz provenía del cielo, y hacia allí miró Cupida con cara de circunstancias.
—Disculpe señor. He tenido un pequeño percance con una de mis flechas —decía gritando hacia las nubes, por si acaso no llegaban a escucharla desde tan lejos—. Se me disparó sola en el momento equivocado y ahora este chico se ha enamorado de mí.
El enamorado, que parecía no prestar atención a la conversación celestial, había terminado con “cielito lindo” y había comenzado con “clavelito”.
—Este chico está destinado a una tal Fabiana Fernández —se quejó la voz de la divinidad—. Sólo tenías que consultar tu agenda.
—Lo sé, fue un accidente… —Cupida torció la cabeza a un lado como un cachorrito pidiendo comida.
Ante ella se materializó una nueva flecha, distinta a las que solía llevar encima. La punta también tenía forma de corazón pero éste era negro como el carbón.
—Dispárale el antídoto, y esta vez no falles… —la conexión se cortó con un click.
Cupida cogió la flecha, tensó el arco y volvió a darle de lleno en el pecho al aspirante a tuno. Cayó otra vez de espaldas pero cuando se recuperó miró a su alrededor sin alcanzar a verla, como debía ser.
—¿Pero qué demonios hago aquí? —se preguntó al tiempo que daba media vuelta para volver a la civilización.
—¡Uff! ¡Menos mal! —exclamó Cupida, aliviada de haber resuelto el entuerto.
El chico paró un momento para volverse, y después de mirar al camino vacío se encogió de hombros y desapareció por el sendero con algo de prisa. Llegaba tarde a su cita con Fabiana.
Ja, ja, ja, el amor a veces nos juega malas pasadas, le echaremos la culpa al Cúpido inexperto de turno, jejeje. Saludos! :)
ResponderEliminarEspero que a la tal Fabiana no la llame "pastelito de azúcar" o le harán falta muchas flechas a Cupida para que a la chica no se le atragante el destino XDDD
ResponderEliminarPobre Cupida, un error cualquiera lo comete, pero ella debe ser la primera de su tipo que hace algo como eso.
ResponderEliminarMuy divertido y original. Y venía con bonus xD (la parte en que se corta la comunicación).
Muy gracioso, pobre Cupida. Es un enfoque diferente a ese día tan señalado para los enamorados. Genial.
ResponderEliminar¡Saludos!
¡Me encantaaa! ^^
ResponderEliminar«Ya podían haberme dado un puesto de diosa de la guerra, de esas hacen falta muchas últimamente…» Sin duda, mi frase favorita de todo el relato xDD
Jajajajajaja... ains, desastre de cupida, pobrecica mía... jeje:D
ResponderEliminarY mira que cantando hasta "clavelito"... jaja:D
¡Genial!
Kisses.:D
jajajaja, ¡¡¡gracias por hacerme sonreír!!! ¿cómo que pobre Cupida? ¡¡Pobre muchacho!! Él recibió tres flechazos sin comérselo ni bebérselo jajaja :P
ResponderEliminarLaura muy bueno tu relato, con su toque gracioso..besos
ResponderEliminarEsta muy buena la historia! Me encanto Cupida y el enamorado, jajaja.
ResponderEliminarFantástica!
¡¡Me encanto!! ¡Muy original! Sin duda yo tambien hubiera preferido el puesto de diosa de la guerra. XD
ResponderEliminarMe morí de risa, está genial, jajaja.
ResponderEliminarYo creo que tengo una Cupida similar, sólo que la mía tiene mala puntería y nunca me acierta, jaja.
Besos!!
jajaja... en que aprietos se metió la pobre..
ResponderEliminar¿le abra quedado un poco de ese antídoto?
Muy gracioso :)
besos :*
Muchas gracias a todas por comentar, me alegro de que al menos os haya resultado gracioso :P
ResponderEliminarDespués de pastelito de azúcar, creí que no me reiría más, pero luego llegó Eseeeeee lunarrr y ya fue la monda.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Besos!
jaja! pobrecilla! muy divertido y original!
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