Era noche cerrada y la calle estaba tranquila, bueno de vez en cuando pasaba algún niñato haciendo ruido con la moto, pero en general la calle estaba tranquila.
Acababa de llegar del trabajo y todavía no me había descalzado, por lo que decidí sacar la basura antes de ponerme mis babuchas de pelitos rosas. En aquel barrio pasear en babuchas, y hasta en pijama, era algo normal y nadie te miraba raro si salías de casa con esa guisa, pero servidora todavía guarda algo de decoro y el pijama lo usa sólo para dormir.
De modo que abrí la puerta y allí estaba, un perrito sentado a escasos dos pasos de la entrada. Me miró con ojillos estrábicos y algo lastimeros, pero no le hice demasiado caso ya que supuse que el señor que había apostado a la entrada del callejón sería el dueño.
Crucé la calle y tiré la basura: lo orgánico al gris y los plásticos y tetrabriks al amarillo, porque hay que reciclar y todo eso, que sino el planeta explota y a ver qué hacemos luego. Volví entonces al callejón y el señor, que todavía seguía ahí como mirando la pared que tenía enfrente me dijo:
―¿Ese perrito es tuyo?
―Pues no, pensé que era de usted ―le contesté yo.
Y ahí ya empecé a temer la tragedia que vendría después.
―Pues lleva ahí un rato ―refiriéndose a mi puerta―, parece que se ha perdido o lo han abandonado porque se ve limpio y bien cuidado.
Miré con penita al pobre perro, que era perrita y muy mona, de esos chuchillos pequeñajos con el pelito largo de color canela, las orejitas gachas y el rabito tipo plumero. “Mi perrito ideal” pensé yo, así que le llamé y sorprendentemente vino hasta mí. Petunia me robó el corazón en aquel mismo instante, porque tenía cara de llamarse Petunia. Me dejó que le acariciase, aunque la pobre temblaba de miedo. Se me puso boca arriba para que le rascase la tripa, definitivamente no podía dejarla en la calle pasando hambre, frío y penurias, así que intenté meterla en mi casa.
Abrí la puerta y dije:
―Traigo compañía ―y entré con la perrita.
La cara de Fran fue un poema: O_O
La cara de mi gato fue peor todavía: Ò_Ó
Cuando Fran reaccionó sólo dijo:
―Ya no vas más a sacar la basura.
―Pobrecita Petunia, me ha dado pena dejarla en la calle. Además es posible que se haya perdido y su dueño la esté buscando. Podríamos llevarla al veterinario para ver si tiene puesto un chip de esos con gps.
La idea no era mala, lo difícil era ejecutarla. El mayor inconveniente que se me presentaba era cómo llevar el perro hasta el veterinario 24 horas que había cerca de casa. La consulta estaba a un paseo y suelto no podíamos llevar al perro. ¡Que no cunda el pánico que tengo soluciones para todo! Subí al lavadero a por una cuerda de esas amarillas de esparto, se la até a la cintura, porque en el pescuezo podría ahogarse, y listos. Me apañé una super correa en un minutejo. El segundo inconveniente era convencer a Fran para que nos acompañase porque se negaba, y con razón, a ir por la calle con un chucho atado con una cuerda.
A todo esto mi gato Masacre, haciendo honor a su nombre, mantenía controlada a la perra, que la pobre no se atrevía ni a mover un pelo. Petunia se puso en pie y cual boxeador el gato le arreó unos cuantos sopapos en la cara, menos mal que no le dio por arañarle o al perro por enfadarse. Reñí al gato, sabiendo que no entendía ni una palabra de lo que le decía (siempre pone cara de estar escuchando blablabla bla blabla), y nos fuimos al veterinario con la perrita atada con la cuerda.
Petunia era muy obediente, estaba muy bien educada por lo que deduje que había tenido dueños y no era un perro callejero. Seguía mis pasos a mi lado, cuando yo paraba ella también, y cuando echaba a andar ella me seguía sin resistirse.
Esta vez la gente sí que nos miraba extrañada, pero qué demonios, en un barrio donde la gente va en pijama por la calle tampoco es tan raro que se pasee un perro atado con una cuerda.
Todo fue bien hasta que llegamos al final de la avenida. Petunia empezó a ponerse nerviosa y a mirar hacia atrás. Posiblemente era porque estábamos abandonando territorio conocido. Se sentó en el suelo pasando de mis tirones y no consintió en seguir adelante. Como soy muy pesada y ella se dio cuenta enseguida, se removió y consiguió desatarse. Salió corriendo calle abajo y yo detrás de ella gritando:
―¡Los coches! ¡los coches! ¡Que la atropellan!
Creo que no le gustó que gritase como las locas corriendo detrás de ella porque apretó el paso y cualquiera la cogía. Me hizo un quiebro y se metió en un locutorio.
Bueno, por lo menos ya la tenía localizada. Entré y no la vi. Pregunté y nadie había visto entrar un perro. Por lo visto se había esfumado, Petunia había desaparecido sin dejar rastro.
Estuvo bien ser su dueña durante media hora, después de eso nunca volvimos a verla, Petunia era un perro fantasma.
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Acababa de llegar del trabajo y todavía no me había descalzado, por lo que decidí sacar la basura antes de ponerme mis babuchas de pelitos rosas. En aquel barrio pasear en babuchas, y hasta en pijama, era algo normal y nadie te miraba raro si salías de casa con esa guisa, pero servidora todavía guarda algo de decoro y el pijama lo usa sólo para dormir.
De modo que abrí la puerta y allí estaba, un perrito sentado a escasos dos pasos de la entrada. Me miró con ojillos estrábicos y algo lastimeros, pero no le hice demasiado caso ya que supuse que el señor que había apostado a la entrada del callejón sería el dueño.
Crucé la calle y tiré la basura: lo orgánico al gris y los plásticos y tetrabriks al amarillo, porque hay que reciclar y todo eso, que sino el planeta explota y a ver qué hacemos luego. Volví entonces al callejón y el señor, que todavía seguía ahí como mirando la pared que tenía enfrente me dijo:
―¿Ese perrito es tuyo?
―Pues no, pensé que era de usted ―le contesté yo.
Y ahí ya empecé a temer la tragedia que vendría después.
―Pues lleva ahí un rato ―refiriéndose a mi puerta―, parece que se ha perdido o lo han abandonado porque se ve limpio y bien cuidado.
Miré con penita al pobre perro, que era perrita y muy mona, de esos chuchillos pequeñajos con el pelito largo de color canela, las orejitas gachas y el rabito tipo plumero. “Mi perrito ideal” pensé yo, así que le llamé y sorprendentemente vino hasta mí. Petunia me robó el corazón en aquel mismo instante, porque tenía cara de llamarse Petunia. Me dejó que le acariciase, aunque la pobre temblaba de miedo. Se me puso boca arriba para que le rascase la tripa, definitivamente no podía dejarla en la calle pasando hambre, frío y penurias, así que intenté meterla en mi casa.
Abrí la puerta y dije:
―Traigo compañía ―y entré con la perrita.
La cara de Fran fue un poema: O_O
La cara de mi gato fue peor todavía: Ò_Ó
Cuando Fran reaccionó sólo dijo:
―Ya no vas más a sacar la basura.
―Pobrecita Petunia, me ha dado pena dejarla en la calle. Además es posible que se haya perdido y su dueño la esté buscando. Podríamos llevarla al veterinario para ver si tiene puesto un chip de esos con gps.
La idea no era mala, lo difícil era ejecutarla. El mayor inconveniente que se me presentaba era cómo llevar el perro hasta el veterinario 24 horas que había cerca de casa. La consulta estaba a un paseo y suelto no podíamos llevar al perro. ¡Que no cunda el pánico que tengo soluciones para todo! Subí al lavadero a por una cuerda de esas amarillas de esparto, se la até a la cintura, porque en el pescuezo podría ahogarse, y listos. Me apañé una super correa en un minutejo. El segundo inconveniente era convencer a Fran para que nos acompañase porque se negaba, y con razón, a ir por la calle con un chucho atado con una cuerda.
A todo esto mi gato Masacre, haciendo honor a su nombre, mantenía controlada a la perra, que la pobre no se atrevía ni a mover un pelo. Petunia se puso en pie y cual boxeador el gato le arreó unos cuantos sopapos en la cara, menos mal que no le dio por arañarle o al perro por enfadarse. Reñí al gato, sabiendo que no entendía ni una palabra de lo que le decía (siempre pone cara de estar escuchando blablabla bla blabla), y nos fuimos al veterinario con la perrita atada con la cuerda.
Petunia era muy obediente, estaba muy bien educada por lo que deduje que había tenido dueños y no era un perro callejero. Seguía mis pasos a mi lado, cuando yo paraba ella también, y cuando echaba a andar ella me seguía sin resistirse.
Esta vez la gente sí que nos miraba extrañada, pero qué demonios, en un barrio donde la gente va en pijama por la calle tampoco es tan raro que se pasee un perro atado con una cuerda.
Todo fue bien hasta que llegamos al final de la avenida. Petunia empezó a ponerse nerviosa y a mirar hacia atrás. Posiblemente era porque estábamos abandonando territorio conocido. Se sentó en el suelo pasando de mis tirones y no consintió en seguir adelante. Como soy muy pesada y ella se dio cuenta enseguida, se removió y consiguió desatarse. Salió corriendo calle abajo y yo detrás de ella gritando:
―¡Los coches! ¡los coches! ¡Que la atropellan!
Creo que no le gustó que gritase como las locas corriendo detrás de ella porque apretó el paso y cualquiera la cogía. Me hizo un quiebro y se metió en un locutorio.
Bueno, por lo menos ya la tenía localizada. Entré y no la vi. Pregunté y nadie había visto entrar un perro. Por lo visto se había esfumado, Petunia había desaparecido sin dejar rastro.
Estuvo bien ser su dueña durante media hora, después de eso nunca volvimos a verla, Petunia era un perro fantasma.
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Sólo desear que Petuna halla cruzado el umbral al otro mundo y esté en paz... Si existe algún portal para cruzar al mundo de los espíritus, está sin duda alguna, en un locutorio. Petunia sabía donde se tenía que meter...
ResponderEliminar¡¡Me llegó la novela al fin!! Esta noche empezaré a leerla. Ya te contaré ^-^.
Pobrecita Petunia, era tan mona. Aunque quien sabe, lo mismo sigue vivita y coleando en alguna parte.
ResponderEliminarUy que nervios, las críticas dan mucho yuyu.
Un saludo ;)
Jajajajaja, me he reído mucho con la cara del gato xDD
ResponderEliminarPues si la llegas a ver en directo... el pobre perro no se atrevía ni a respirar con el gato delante XD
ResponderEliminarQue jodío, como me veía acariciar a Petunia y decirle cositas pensaría "¡que mi mami se me va con otro!"
Los animales fantasma me dan mucho yuyo!!! no sé por qué, el solo título me hizo temblar xDD
ResponderEliminarjajaja, si era lamar de mona la pobre perrita, lo malo es que tenía la habilidad de desaparecer. Aunque igual es que era una mutante, de esas que atraviesan las paredes XD
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